Walt Whitman llevó una vida bastante convencional-lineal-burguesa: funcionario, oficinista, presunto sodomita, periodista, librero, maestro, tipógrafo... (las actividades no están ordenadas ni cronológicamente ni por grado de indignidad, aunque pueda parecerlo).
Si bien ya escribía desde mucho antes, fue la Guerra lo que marcó de algún modo su poesía en esos años y ya hacia adelante, tanto para lo bueno como para lo malo: por ejemplo, el famoso "Capitán, mi capitán" es una elegía barata y fácil (si es que alguna elegía no lo es), y espero que mi opinión no esté muy condicionada por antipatía hacia Lincoln, a quien iba dedicada.
Durante la Guerra hizo de voluntario en sus ratos libres (siendo funcionario a dedo, supongo que no eran pocos) como enfermero de un hospital militar en Washington. De esa experiencia resultaron algunos relatos y libros y, seguramente, este poema:
Una escena de campamento, al alba gris y sombría...
Al salir de mi tienda, temprano y desvelado,
paseando lentamente, en el aire frío, por el sendero junto a la tienda-hospital,
veo tres figuras acostadas en una camilla,
tres figuras yaciendo abandonadas allí,
cubiertas con una manta, con una amplia manta de lana oscura,
una manta gris y pesada que lo envuelve y cubre todo.
Curioso, me detengo en silencio.
Luego, con mis dedos levanto ligeramente a la altura del rostro la manta del primero, el más próximo. ¿Quién eres, anciano flaco y horrendo de pelo gris y ojos hundidos en las cuencas?
¿Quién eres, amado camarada?
Después avanzo hacia el segundo... ¿Quién eres tú, pequeño hijo mío?
¿Quién eres tú, dulce niño de mejillas aún en flor?
Y después, el tercero... No es un rostro de niño ni de anciano:
es un rostro muy sereno, como de marfil blanco amarillento.
Creo que te conozco, joven. Creo que este rostro es el rostro de Cristo,
muerto y divino, hermano de todos, que yace aquí de nuevo.
Durante la Guerra hizo de voluntario en sus ratos libres (siendo funcionario a dedo, supongo que no eran pocos) como enfermero de un hospital militar en Washington. De esa experiencia resultaron algunos relatos y libros y, seguramente, este poema:
Una escena de campamento, al alba gris y sombría...
Al salir de mi tienda, temprano y desvelado,
paseando lentamente, en el aire frío, por el sendero junto a la tienda-hospital,
veo tres figuras acostadas en una camilla,
tres figuras yaciendo abandonadas allí,
cubiertas con una manta, con una amplia manta de lana oscura,
una manta gris y pesada que lo envuelve y cubre todo.
Curioso, me detengo en silencio.
Luego, con mis dedos levanto ligeramente a la altura del rostro la manta del primero, el más próximo. ¿Quién eres, anciano flaco y horrendo de pelo gris y ojos hundidos en las cuencas?
¿Quién eres, amado camarada?
Después avanzo hacia el segundo... ¿Quién eres tú, pequeño hijo mío?
¿Quién eres tú, dulce niño de mejillas aún en flor?
Y después, el tercero... No es un rostro de niño ni de anciano:
es un rostro muy sereno, como de marfil blanco amarillento.
Creo que te conozco, joven. Creo que este rostro es el rostro de Cristo,
muerto y divino, hermano de todos, que yace aquí de nuevo.
A 31 de julio y tras 86 entradas (incluida ésta) con periodicidad diaria, creo que ha llegado el momento de pisar el freno. Seguimos, pero con más calma.
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