La imagen es del momento de la lectura de la sentencia de muerte dictada, al acabar la guerra, contra Henry Wirz, comandante del campo de prisioneros nordistas de Andersonville justo antes de su ejecución.
"Andersonville", 1996 |
Wirz fue juzgado por múltiples asesinatos, muchos de ellos cometidos por su propia mano, y colgado en la horca el 10 de noviembre de 1865, en el lugar en el que hoy se ubica el Tribunal Supremo de los EEUU. Su cuello no se rompió con la sacudida de la caída y se asfixió lentamente pataleando en el aire hasta morir.
Tiempo después apareció como falso el principal testimonio (aquí cuento de uno de los testigos) que condujo a su condena, y aparecieron datos que demostraban que las infrahumanas condiciones del campo de prisioneros no sólo no le eran imputables, sino que Wirz hizo mucho por remediarlas.
Pero es lo que tiene la pena de muerte, que una vez ejecutada es difícil reponer las cosas a su estado primitivo.
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