Sin inteligencia (que no es una cualidad colectiva) no es fácil cerrar las heridas abiertas, especialmente esas que no se curan ni en hospitales ni en terapias de grupo; tampoco es sencillo librar una contienda sin odio al enemigo, más si es una guerra civil, en la que el adversario es lo más parecido —por cercano— a uno mismo. Son muchas las pérdidas y el dolor como para levantarse una mañana y decir sencillamente: “Venga, hoy toca camisa limpia, desayunar gachas y reconciliación nacional”.
Únase a eso que, con la guerra ganada, y días después de la celebración de la victoria, el Presidente y líder moral de la Unión es cobardemente asesinado por un sudista. No es que eso ayude mucho a tomarse las cosas en plan “paz, piedad y perdón”, que diría otro históricamente nefasto personaje. (Un paréntesis aquí para decir que, desde un punto de vista meramente práctico, y en mi políticamente incorrecta opinión, los EEUU sufrieron a la larga una pérdida más devastadora con la dimisión de Nixon que con la muerte de Lincoln.)
En el Sur hubo desde quien se tomó el asunto de la derrota como si ésta no hubiera ocurrido, en plan yo no me rindo, la causa sigue viva, a mí ni me han dado nunca pol c... ni me volverán a dar (tú mismo con tu mecanismo, pues), hasta quienes se vendieron literalmente a los vencedores por sueldos o prebendas públicas. Y en el Norte existió desde el que buscaba y encontraba pura y dura venganza, hasta quien veía el asunto como una buena oportunidad para el enriquecimiento personal a costa de los vencidos.
Entre todos esos extremos estaba la mayoría de gente, que no podía permitirse elucubraciones y posturitas, más allá de deslomarse de sol a sol para salir adelante, tanto en el Norte como en el Sur, pero eso sí, con la correspondiente dosis de resentimiento (cuando no algo más) hacia los “antiguos” adversarios.
Y con esto llego a dos fenómenos de la posguerra de los que quería hablar: el Ku-Klux-Klan y los “carpetbaggers”, pero como veo que los preliminares han quedado cansinos, salimos un momento al recreo y pongo esta canción para medio justificar que amablemente hayáis llegado hasta aquí, y comprobéis (gracias a algunos momentos del video) que no: no existe la inteligencia colectiva. Por cierto, imaginaréis que este grupo no trabajó para B. Gordy en la Motown:
De forma muy resumida, pero espero que no demasiado carente de rigor:
Al acabar la Guerra, los Estados vencidos del Sur —eliminada de facto su soberanía— fueron militarmente ocupados, y gobernados por personas designadas por Washington; lo normal cuando se juega al ganapierde.
Esta ocupación implicaba una serie de medidas dirigidas a la “reeducación” de la población del Sur, en un proceso que se dio en llamar la “Reconstrucción” (algo parecido a la “desnazificación” de Alemania llevada a cabo por las potencias ocupantes al acabar la IIGM). No es difícil concluir que en un proceso de este tipo se suelen cometer abusos de toda clase, añadido a que las víctimas de los mismos guardan el lógico resentimiento de los vencidos.
La “Reconstrucción” trajo al Sur a personas del Norte (políticos, abogados, clérigos y maestros abolicionistas, denominados en general “carpetbaggers”) que en principio pretendían ayudar tanto a los ex esclavos como a los más desfavorecidos de entre la población blanca, pero muchos de ellos encontraron la oportunidad de aprovecharse de la situación para su lucro y medro político, acaparando cargos vacantes y confiscando bienes.
La reacción contra estos abusos motivó el nacimiento del Ku Klux Klan original que, en ese primer momento, estaba desprovisto de la parafernalia (capuchones, quema de cruces, etc.) con la que se identifica ahora. El primer KKK, que no era más racista y segregacionista que la mayoría de la población blanca de los EEUU de entonces, se formó (y de manera nada organizada) por veteranos confederados y simpatizantes del Partido Demócrata (sí, el de Obama) como respuesta a la “Reconstrucción”, y sus acciones iban dirigidas tanto contra negros armados (algo impensable para la mentalidad sureña) como, sobre todo (éstos eran el verdadero “enemigo”), contra los blancos del Partido Republicano.
Ese primer KKK se disolvió por la propia ley de la gravedad debido a su desorganización, a la consunción del proceso de “Reconstrucción” y, sobre todo, al perder las simpatías de la población cuando cualquier robagallinas se autoproclamaba miembro del KKK para “justificar” sus delitos (algo parecido a nuestros guerrilleros de la Guerra de la Independencia).
Fue tras la visión romántica de la (por otra parte excelente) película de Griffith “El Nacimiento de una Nación”, 1915, cuando el fenómeno del KKK resurgió como ahora nos es familiar, e incorporó paulatinamente los tintes homófobos, xenófobos, antisemitas, anticatólicos y pronazis que hoy le identifican (características que, por otra parte, tampoco aparecían en la película).
Dejando aparte la gentuza enferma que, a partir de entonces y hasta hoy, se pone el capuchón para disfrazar su violencia gratuita y sus crímenes, el KKK (los que se autodenominan como tal) no tiene en la actualidad más predicamento ni influencia que cualquier otra de las muchas risibles, marginales y estrambóticas organizaciones que, de todo signo político o “religioso”, pululan por EEUU.
Nb.: “carpet bag”, o bolsa de alfombra, forma sencilla y rápida de hacer el equipaje enrollándolo en una alfombra vieja, pretendida metáfora para designar a quienes en la posguerra llegaban al Sur sin ánimo de establecerse y ayudar, sólo para aprovechar su corta estancia para explotar sin escrúpulos las oportunidades de enriquecerse a costa de la desgracia ajena.
Cuenta la leyenda que uno de los primeros trabajos de John Ford en el cine fue actuar de extra como uno de los jinetes que cabalgan al rescate en este fragmento que pongo; igual es verdad, pero encapuchados como van, es difícil saberlo.
Únase a eso que, con la guerra ganada, y días después de la celebración de la victoria, el Presidente y líder moral de la Unión es cobardemente asesinado por un sudista. No es que eso ayude mucho a tomarse las cosas en plan “paz, piedad y perdón”, que diría otro históricamente nefasto personaje. (Un paréntesis aquí para decir que, desde un punto de vista meramente práctico, y en mi políticamente incorrecta opinión, los EEUU sufrieron a la larga una pérdida más devastadora con la dimisión de Nixon que con la muerte de Lincoln.)
En el Sur hubo desde quien se tomó el asunto de la derrota como si ésta no hubiera ocurrido, en plan yo no me rindo, la causa sigue viva, a mí ni me han dado nunca pol c... ni me volverán a dar (tú mismo con tu mecanismo, pues), hasta quienes se vendieron literalmente a los vencedores por sueldos o prebendas públicas. Y en el Norte existió desde el que buscaba y encontraba pura y dura venganza, hasta quien veía el asunto como una buena oportunidad para el enriquecimiento personal a costa de los vencidos.
Entre todos esos extremos estaba la mayoría de gente, que no podía permitirse elucubraciones y posturitas, más allá de deslomarse de sol a sol para salir adelante, tanto en el Norte como en el Sur, pero eso sí, con la correspondiente dosis de resentimiento (cuando no algo más) hacia los “antiguos” adversarios.
Y con esto llego a dos fenómenos de la posguerra de los que quería hablar: el Ku-Klux-Klan y los “carpetbaggers”, pero como veo que los preliminares han quedado cansinos, salimos un momento al recreo y pongo esta canción para medio justificar que amablemente hayáis llegado hasta aquí, y comprobéis (gracias a algunos momentos del video) que no: no existe la inteligencia colectiva. Por cierto, imaginaréis que este grupo no trabajó para B. Gordy en la Motown:
De forma muy resumida, pero espero que no demasiado carente de rigor:
Al acabar la Guerra, los Estados vencidos del Sur —eliminada de facto su soberanía— fueron militarmente ocupados, y gobernados por personas designadas por Washington; lo normal cuando se juega al ganapierde.
Esta ocupación implicaba una serie de medidas dirigidas a la “reeducación” de la población del Sur, en un proceso que se dio en llamar la “Reconstrucción” (algo parecido a la “desnazificación” de Alemania llevada a cabo por las potencias ocupantes al acabar la IIGM). No es difícil concluir que en un proceso de este tipo se suelen cometer abusos de toda clase, añadido a que las víctimas de los mismos guardan el lógico resentimiento de los vencidos.
La “Reconstrucción” trajo al Sur a personas del Norte (políticos, abogados, clérigos y maestros abolicionistas, denominados en general “carpetbaggers”) que en principio pretendían ayudar tanto a los ex esclavos como a los más desfavorecidos de entre la población blanca, pero muchos de ellos encontraron la oportunidad de aprovecharse de la situación para su lucro y medro político, acaparando cargos vacantes y confiscando bienes.
La reacción contra estos abusos motivó el nacimiento del Ku Klux Klan original que, en ese primer momento, estaba desprovisto de la parafernalia (capuchones, quema de cruces, etc.) con la que se identifica ahora. El primer KKK, que no era más racista y segregacionista que la mayoría de la población blanca de los EEUU de entonces, se formó (y de manera nada organizada) por veteranos confederados y simpatizantes del Partido Demócrata (sí, el de Obama) como respuesta a la “Reconstrucción”, y sus acciones iban dirigidas tanto contra negros armados (algo impensable para la mentalidad sureña) como, sobre todo (éstos eran el verdadero “enemigo”), contra los blancos del Partido Republicano.
Ese primer KKK se disolvió por la propia ley de la gravedad debido a su desorganización, a la consunción del proceso de “Reconstrucción” y, sobre todo, al perder las simpatías de la población cuando cualquier robagallinas se autoproclamaba miembro del KKK para “justificar” sus delitos (algo parecido a nuestros guerrilleros de la Guerra de la Independencia).
Fue tras la visión romántica de la (por otra parte excelente) película de Griffith “El Nacimiento de una Nación”, 1915, cuando el fenómeno del KKK resurgió como ahora nos es familiar, e incorporó paulatinamente los tintes homófobos, xenófobos, antisemitas, anticatólicos y pronazis que hoy le identifican (características que, por otra parte, tampoco aparecían en la película).
Dejando aparte la gentuza enferma que, a partir de entonces y hasta hoy, se pone el capuchón para disfrazar su violencia gratuita y sus crímenes, el KKK (los que se autodenominan como tal) no tiene en la actualidad más predicamento ni influencia que cualquier otra de las muchas risibles, marginales y estrambóticas organizaciones que, de todo signo político o “religioso”, pululan por EEUU.
Nb.: “carpet bag”, o bolsa de alfombra, forma sencilla y rápida de hacer el equipaje enrollándolo en una alfombra vieja, pretendida metáfora para designar a quienes en la posguerra llegaban al Sur sin ánimo de establecerse y ayudar, sólo para aprovechar su corta estancia para explotar sin escrúpulos las oportunidades de enriquecerse a costa de la desgracia ajena.
Cuenta la leyenda que uno de los primeros trabajos de John Ford en el cine fue actuar de extra como uno de los jinetes que cabalgan al rescate en este fragmento que pongo; igual es verdad, pero encapuchados como van, es difícil saberlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario