En una guerra resulta imprescindible la labor de "inteligencia"; el término inglés "intelligence", mal traducido-trasladado al castellano por los cursis (el error ha llegado a hacerse oficial hasta con "nuestro" CNI), haría más bien referencia al conocimiento y posterior análisis de las fuerzas, moral, motivaciones, efectivos, posición, debilidades y fortalezas del adversario para, a partir de ello, adoptar las decisiones más adecuadas, sabiendo siempre que (como decía Von Moltke) ningún plan resiste el contacto con el enemigo.
Al igual que el campo de batalla requiere de mandos clarividentes y luchadores arrojados, la labor de espionaje (entendida como esa recopilación y análisis de la información sobre el enemigo) exige personajes inteligentes, prácticos y, sobre todo, y a diferencia de los héroes "oficiales", discretos y que se mantengan siempre en un segundo plano, incluso en los libros de Historia.
Y esta discreción no es sólo consustancial a lo peculiar de su trabajo, sino justificada porque en muchas ocasiones los métodos empleados (sobornos, chantajes, extorsiones, secuestros e incluso asesinatos) no son como para enorgullecerse incluyéndolos en el historial, y sin entrar en disquisiciones sobre la mayor o menor justificación moral, en tiempos de guerra, de una bayoneta clavada en la espalda de un enemigo en el campo de batalla o en el retrete de una casa de lenocinio.
El Ejército de la Unión mientras estuvo al mando de McClellan tuvo un nefasto "intelligence service" dirigido por el famoso Allan Pinkerton y su agencia de detectives; la incompetencia de Pinkerton (una "prima donna" infame), unida a la cobardía e indecisión de McClellan, hicieron más por las victorias del Sur en la primera parte de la Guerra que toda la supuesta habilidad de Lee y sus generales.
Destituidos Pinkerton y McClellan en 1863, dirigió el llamado "Bureau of Military Information" del Ejército del Norte el coronel George H. Sharpe (1828-1900), un tipo mucho más eficaz, discreto, inteligente y hábil que su predecesor, lo cual tuvo resultados palpables, aunque su labor (por lo que he explicado antes) nunca aparecerá subrayada en los libros generales de Historia. En la foto, el de la izquierda con bigote.
Al igual que el campo de batalla requiere de mandos clarividentes y luchadores arrojados, la labor de espionaje (entendida como esa recopilación y análisis de la información sobre el enemigo) exige personajes inteligentes, prácticos y, sobre todo, y a diferencia de los héroes "oficiales", discretos y que se mantengan siempre en un segundo plano, incluso en los libros de Historia.
Y esta discreción no es sólo consustancial a lo peculiar de su trabajo, sino justificada porque en muchas ocasiones los métodos empleados (sobornos, chantajes, extorsiones, secuestros e incluso asesinatos) no son como para enorgullecerse incluyéndolos en el historial, y sin entrar en disquisiciones sobre la mayor o menor justificación moral, en tiempos de guerra, de una bayoneta clavada en la espalda de un enemigo en el campo de batalla o en el retrete de una casa de lenocinio.
El Ejército de la Unión mientras estuvo al mando de McClellan tuvo un nefasto "intelligence service" dirigido por el famoso Allan Pinkerton y su agencia de detectives; la incompetencia de Pinkerton (una "prima donna" infame), unida a la cobardía e indecisión de McClellan, hicieron más por las victorias del Sur en la primera parte de la Guerra que toda la supuesta habilidad de Lee y sus generales.
Destituidos Pinkerton y McClellan en 1863, dirigió el llamado "Bureau of Military Information" del Ejército del Norte el coronel George H. Sharpe (1828-1900), un tipo mucho más eficaz, discreto, inteligente y hábil que su predecesor, lo cual tuvo resultados palpables, aunque su labor (por lo que he explicado antes) nunca aparecerá subrayada en los libros generales de Historia. En la foto, el de la izquierda con bigote.
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