El dr. Capers, nacido en Charleston, era cirujano del Ejército Confederado durante la Campaña de Vicksburg. El 11 de mayo de 1863, en la batalla de Raymond (Mississippi), Capers atendía a un soldado confederado que acababa de ser herido por una bala yanqui, la cual le había perforado la tibia y rebotado a través de carne y huesos, antes de salir de nuevo despedida desde la zona de la ingle.
A unos 300 metros de allí, en el porche de una típica casa sureña, una madre y sus dos jóvenes hijas observaban la refriega, dispuestas a hacer uso de sus enaguas como vendas para los heridos en cuanto fuese necesario.
El cirujano estaba remendando al soldado lo mejor que podía cuando la buena señora llegó corriendo hasta él diciéndole que su hija mayor había sido gravemente herida. El dr. Capers la examinó y descubrió que había sido alcanzada por una bala en el abdomen. La trató tan bien como supo, aunque pensó que no sobreviviría.
Pero sobrevivió.
Capers la visitó varios meses después y la encontró en excelente estado de salud y ánimo, si bien "su abdomen se había vuelto anormalmente agrandado, tanto como para parecerse a un embarazo del séptimo u octavo mes".
El médico, por supuesto, rechazó la posibilidad del embarazo no sólo porque la joven era una doncella de reputación impecable, sino porque la evidencia física demostraba su inocencia. Sin embargo, 278 días después de haber sido herida, la muchacha dio a luz un precioso chico de nueve libras (4'8 Kg).
Semanas más tarde, la joven madre llamó de nuevo al médico, alarmada porque había encontrado algo extraño en la zona de la ingle del bebé. El examen mostró una "sustancia rugosa". El cirujano operó rápidamente y extrajo del niño una bala aplastada y golpeada como si hubiera pasado en su trayectoria por un elemento duro e inflexible, tal vez la tibia de un soldado rebelde.
Tras noches en vela considerando la situación, el buen doctor llegó a la conclusión ("no puede haber otra solución al fenómeno" —se dijo) de que la bala había recogido semillas vitales al pasar a través de la ingle del soldado, atravesó el abdomen de la joven y se alojó en su ovario con los resultados que ahora se revelaban.
El dr. Capers buscó y encontró al soldado que había sido herido y le contó lo que sospechaba. El soldado visitó a la joven y, aunque no sabemos si creyó la historia, lo cierto es que se casó con ella y vivieron felices para siempre, llegando a tener dos hijos más, aunque ninguno se parecía al padre tanto como el primogénito.
A estas alturas, imagino a los más escépticos con gesto de incredulidad; pero expongo las razones por las que yo sí creo la historia de la "bala preñadora":
1. Si el herido hubiera sido un cobarde yanqui y la joven una de tantas prostitutas que seguían al ejército del Norte, podría haber explicaciones más probables para el embarazo. Pero el confederado era un caballero sin mancha (como todos los soldados del Sur) y la joven damisela era de virtud indiscutible (como todas las doncellas del Sur), por lo que la "bala preñadora" es la única explicación posible.
2. El dr. Le Grand T. Capers publicó un artículo científico contando esta historia en la edición del 7 de noviembre de 1874 del "American Medical Weekly", con sede en Louisville, Kentucky. Y es sabido que los consejos editoriales de las revistas científicas prestigiosas no se prestan jamás a publicar sandeces no demostradas.
3. Si hay algún médico ahora en la sala que ponga en duda esta cuestión, afirmo que no está lo suficientemente familiarizado con el código del honor del Sur, ni con los principios y peculiaridades anatómicas del s. XIX.
4. Y para acabar con cualquier posible duda, aquí la prueba gráfica: en el Museo del viejo Palacio de Justicia de Vicksburg (Mississippi), a sólo 35 millas al este de donde tuvo lugar la batalla de Raymond, se exponen la bala, una foto del dr. Capers, y una copia de su artículo científico.
(Esta historia está dedicada, con el máximo respeto y consideración, a mi viejo y buen amigo Miquel Real; pocos hombres conozco tan cultos y comprometidos).
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